Había quedado (unos posts debajo, en los comments) en hablar un poco de
Paul Friedrich Wolfskehl.
Pero le doy vueltas y vueltas al tema, y no sé por dónde empezar: lamentablemente, el pobre tipo es una de las víctimas de cierto estilo en la divulgación científica moderna.
El estilo al que me refiero es simple: si quisiste demostrar Fermat, sos un crank (o crackpot, kook, u otro término peyorativo) a menos que seas Wiles. Y, técnicamente, también Wiles lo fue -especialmente en 1993, cuando anunció la demostración con errores- aunque se rehabilitó en 1997 con la corrección.
La línea entre ciencia y pseudociencia se traza al final, según los resultados obtenidos, sin mayor cuidado en fijarse quién quedó a cada lado ni por qué. De alguna manera, este criterio
a posteriori es lo que relaciona a Wolfskehl con
Guillaume Le Gentil: fracasó en su intento.
Pero el caso de Wolfskehl es más grave: en su testamento dejó un premio millonario para quien demostrara el último teorema de Fermat, que atrajo a miles de personas.
Eso, más que su fracaso, le resulta imperdonables a algunos.
* * *La importancia del premio -como dinero en efectivo- no era despreciable: Hilbert administraba los fondos, y sus dividendos le sirvieron para financiar congresos y reuniones en Europa, traer visitantes a Gottingen, comprar bibliografía...
Que fuera Hilbert su administrador -figura central de la matemática de fines del s.XIX- marca también la relevancia del premio (también había otros monstruitos en el comité de este premio, como Zermelo). Es comparable al del Clay Institute, y su grupo de matemáticos de primerísima línea como comité científico.
* * *Cuentan (Constance Reid, conocida historiadora y hermana de Julia Robinson) que a Hilbert le preguntaron por qué no demostraba el teorema, y respondió:
"Qué? Y matar la gallina de los huevos de oro?" * * *La anécdota es más profunda a poco que se la mira:
si Hilbert ganaba el premio,
no mataba la gallina de los huevos de oro: en todo caso, pasaba a ser su dueño y podía incluso administrarla mejor.
Sospecho que la verdadera gallina que moriría era la publicidad sobre las matemáticas, y la atracción hacia ella que el premio ejercía sobre gente que -sin otra motivación inmediata, o urgida por otros problemas- no le hubiesen prestado atención. Más allá del mítico armario lleno de falsas demostraciones (hay fotos, busquen en la AMS) y la supuesta pérdida de tiempo para los matemáticos que debían revisarlas (unas 600 el primer año, después decayó y se estiman unas 5000), lo cierto es que el premio estaba beneficiando a la matemática alemana.
* * *Al final, no hablé mucho de Wolfskehl, pero ya volveré en otro momento.